Catedral de Sevilla

Catedral de Sevilla, un icono de la ciudad

Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la catedral de Sevilla es uno de los conjuntos arquitectónicos más admirados del mundo. Su importancia se refleja tanto en sus extraordinarias dimensiones como en sus valiosos tesoros artísticos, testimonios de la dilatada historia del templo.

 

Historia de la catedral de Sevilla

En 1147, Sevilla, que llevaba más de cuatro siglos bajo dominio musulmán, pasó a estar controlada por la dinastía almohade, originaria del norte de África, que propició el inicio de una etapa dorada para la ciudad, especialmente en el ámbito arquitectónico.

 

Uno de los proyectos más ambiciosos ejecutados en esa época fue la construcción de una mezquita mayor en unos terrenos próximos a las murallas del Alcázar, la fortaleza en la que se alojaban los gobernantes musulmanes. Inaugurado a finales del siglo XII, el templo fue uno de los más imponentes de la península ibérica, con unas dimensiones acordes con la importancia que había adquirido Sevilla durante el mandato almohade.

 

Cuando las tropas del reino de Castilla conquistaron la ciudad en 1248, la mezquita pudo salvarse de la destrucción, ya que las autoridades cristianas decidieron convertirla en la catedral de la archidiócesis sevillana. Objeto de leves modificaciones, como la adición de una capilla real, el edificio se adaptó sin problemas a su nueva función, pero acabó deteriorándose con el paso del tiempo.

 

Por ello, a principios del siglo XV sus responsables propusieron reemplazarlo por una nueva catedral de estilo gótico que, tras su finalización, se erigiría en el principal símbolo del desarrollo religioso, artístico y económico alcanzado por la ciudad.

 

El estilo de la catedral de Sevilla

El conjunto catedralicio de Sevilla responde a la idea de monumentalidad que sirvió de base al proyecto gótico. La nueva catedral superó todas las expectativas, ya que acabó siendo la mayor iglesia gótica del mundo, todo un logro en la historia de la arquitectura que tuvo su reflejo en el sobrenombre con el que sería conocido el templo: Magna Hispalensis, es decir, “la grande de Sevilla”.

 

La catedral de Sevilla destaca por poseer una estructura poco habitual en la arquitectura gótica. La decisión de aprovechar toda la superficie de la antigua mezquita, dio lugar a un templo de planta rectangular despojado de la típica cabecera con girola presente en la mayoría de catedrales góticas.

 

En el siglo XVI, el conjunto original de la catedral –que incluía el templo gótico y diversos vestigios de la época almohade, como el Patio de los Naranjos y la torre de la Giralda– incorporó una serie de dependencias de estilo renacentista, entre las que destacan la capilla real, las estancias capitulares y las sacristías.
El recinto experimentó una nueva trasformación en el siglo XVII con la creación de la iglesia del Sagrario, de estilo barroco; mientras que entre los siglos XVIII y XX se erigió el pabellón neoclásico en el que hoy se alojan las oficinas y el museo.

 

 

 

La Giralda, símbolo de Sevilla

Convertida en el principal símbolo de Sevilla, la torre campanario situada en el ángulo noreste de la catedral era el alminar de la antigua mezquita almohade, reformado en la época cristiana.

 

La Giralda se comenzó a construir en 1184 bajo la dirección del arquitecto Ahmed Ben Basso, que solamente levantó un basamento de sillería, y fue concluida 14 años después por Alí de Gomara, que había optado por proseguir la obra con ladrillos macizos. Entonces la torre alcanzaba los 82 metros de altura –unas medidas que la convertían en la edificación más alta de Europa– y estaba coronada por una cúpula revestida de azulejos y cuatro esferas doradas.

 

En 1356, un terremoto provocó el derrumbe de ese remate, y en su lugar se construyó un sencillo campanario. Con su diseño austero, esa estructura restaba poderío visual a la torre, por lo que en 1558 los responsables de la catedral aprobaron reemplazarla por un proyecto renacentista de carácter más monumental, que permitió reforzar el perfil estilizado de la Giralda integrando de forma armónica la arquitectura musulmana con la cristiana.

 

El exterior de la catedral de Sevilla

Convertida en el eje en torno al cual se articulaba la actividad religiosa, económica y social de Sevilla, la catedral se relacionaba con su entorno a través de las puertas ubicadas en sus cuatro frentes.

 

La puerta más antigua del conjunto catedralicio es la puerta del Perdón, que se ubica en el frente norte y se corresponde con el antiguo acceso principal de la desaparecida mezquita almohade. Las puertas del Bautismo y de san Miguel, en la fachada occidental, son obras góticas del siglo XV, mientras que las de la Campanilla y de los Palos, situadas en la cabecera del templo, fueron terminadas en el siglo XVI.

 

Por su parte, las dos puertas del crucero –la del Príncipe, situada en el lado sur, y la de la Concepción, en el lado norte– fueron completadas entre finales del siglo XIX y principios del XX, al igual que el acceso central del frente occidental, conocido como puerta de la Asunción. Esta última sólo se abre en circunstancias excepcionales, como en el inicio de los años jubilares o para recibir a los nuevos arzobispos.

 

Pese a su importancia, la puerta permaneció inconclusa hasta 1831, cuando se finalizó en estilo neogótico. Su decoración escultórica fue ejecutada más de medio siglo después por Ricardo Bellver, en el marco de una restauración que se prolongó hasta 1898.

 

El interior de la catedral de Sevilla

El imponente exterior de la catedral tiene correspondencia con su interior, concebido como un gran salón rectangular. La organización del recinto sagrado vino condicionada por la estructura de la mezquita almohade. El cabildo quería que el nuevo templo gótico abarcara todo el perímetro de la edificación de origen musulmán, de forma que se tuvo que buscar una fórmula que permitiera encajar todos los elementos ligados a la actividad catedralicia en la extensa superficie disponible.

 

La solución pasó por dividir la planta rectangular de la antigua mezquita en cinco naves longitudinales de nueve tramos, a las que se sumaron en los laterales sendas hileras de capillas. Esa organización –poco habitual en las catedrales medievales de la península ibérica, donde predominaba la tipología de planta de cruz latina de tres naves– generó un ambiente unitario y compacto, en sintonía con la idea del templo como representación del paraíso celestial, al mismo tiempo que garantizó el correcto desarrollo de los ritos religiosos. 

 

El equilibrio de la arquitectura gótica y la abundancia de elementos decorativos confieren un aspecto solemne al interior de la catedral, cuya organización obedece a un minucioso programa simbólico. La capilla mayor es el espacio que constituye el epicentro simbólico de la catedral de Sevilla, y alberga el mayor retablo del mundo cristiano. El coro, constituido por 117 sitiales tallados en madera entre los siglos XV y XVI, y el trascoro son dos de los elementos más destacables del interior del templo.

 

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